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A las 06.30 estábamos citados en el lobby del lodge para realizar la primera actividad del día. Aprovechando que el sol aún no está alto recorreremos en bote el rio Yanayacu para intentar avistar aves. Éstas permanecen aún en sus dormideros y es más fácil localizarlas y poder verlas de cerca. La composición de la expedición es la misma de la noche anterior, nosotros cinco más los 4 miembros de la familia peruana.
El ave más fácil de ver, por tamaño y color de plumaje, es la garza blanca. Posadas sobre troncos semihundidos o volando sobre el cauce del río permiten contemplar su estética figura. Junto a ella, abunda también la garza gris o garceta, de menos tamaño y de vuelo más rasante. Se muestra asustadiza al paso de la embarcación y realiza vuelos cortos para ir alejándose progresivamente de nuestra presencia.
El ave más fácil de ver, por tamaño y color de plumaje, es la garza blanca. Posadas sobre troncos semihundidos o volando sobre el cauce del río permiten contemplar su estética figura. Junto a ella, abunda también la garza gris o garceta, de menos tamaño y de vuelo más rasante. Se muestra asustadiza al paso de la embarcación y realiza vuelos cortos para ir alejándose progresivamente de nuestra presencia.
A pocos metros del embarcadero del lodge, en la orilla contraria, hay un árbol característico de gran altura, que es posadero habitual de una bandada de gallinazos de cabeza negra. Se trata de una especie de buitres que se alimentan de carroña. Asociamos su estampa a la de las aves que apreciamos en Barranco, los primeros días de nuestra estancia en Lima. Su hábitat se extiende desde zonas habitadas en la costa hasta áreas de selva, pero siempre de baja altitud.
Pasamos próximos a una de las orillas y Eduardo hace señales al piloto para que detenga la embarcación. Sobre la corteza de un tronco descansan, posados boca abajo, murciélagos. Seguramente aquellos que la noche anterior pudimos apreciar en plena actividad revoloteando en busca de alimento.
Divisamos también al gavilán. Con un plumaje rojizo suele cazar monos de pequeño tamaño, tal y como nos comenta Albino. Surcan el cielo bandadas de estridentes periquitos cuyos sonidos son nítidos y claramente diferenciables. Gracias a los prismáticos (“alargavistas” en la jerga local) de Isabel podemos divisar dos tucanes, encaramados en sendos árboles, algo alejados de la orilla. El martín pescador también se deja ver.
Incluso podemos recrearnos un largo rato viendo los movimientos de una comunidad de monos, que se están desperezando en un grupo de árboles próximos a la orilla. Retornamos al lodge y al llegar al embarcadero, vemos como el grupo de gallinazos está posado sobre el suelo, a escasa distancia de nosotros. Con las alas extendidas buscan los primeros rayos de sol para elevar su temperatura corporal.
Desayunamos en el lodge. Nos ofrecen un buffete que combina la fruta y los zumos con lo salado y lo dulce. Eduardo nos dice que para la próxima actividad tampoco es necesario llevar las “botas de jebe”; pescaremos pirañas desde el bote. Son las 09.30 cuando de nuevo volvemos a estar sobre la embarcación todos los componentes de la primera excursión del día.
Eduardo y Albino cargan las cañas de pescar (simples palos con un trozo de hilo de nylon y un anzuelo en su extremo) y un cubo con el cebo, consistente en carne de pollo. A estas horas de la mañana el sol pica y es necesario usar protector solar. Repelente también usamos, pero su efectividad no es completa y ya hemos sufrido algunas picaduras de mosquitos en zonas del cuerpo expuestas a la intemperie, sin la protección de la ropa.
Navegamos Yanayacu arriba en busca de un lugar tranquilo, sin corriente y cerca de una orilla con vegetación abundante. Cuando cada uno tenemos nuestra caña colocamos el cebo y probamos suerte. La voracidad de los peces es notoria, apenas ha entrado el cebo en el agua se suceden las picadas, y es frustrante ver como se lo comen sin poder clavarlos en el anzuelo.
Navegamos Yanayacu arriba en busca de un lugar tranquilo, sin corriente y cerca de una orilla con vegetación abundante. Cuando cada uno tenemos nuestra caña colocamos el cebo y probamos suerte. La voracidad de los peces es notoria, apenas ha entrado el cebo en el agua se suceden las picadas, y es frustrante ver como se lo comen sin poder clavarlos en el anzuelo.
Cristina es la primera que tiene suerte y captura un ejemplar de sábalo. Eduardo lo pone a buen recaudo en un cubo. A continuación y de manera progresiva todos vamos realizando capturas. Y en todos los casos se trata de pirañas, con el vientre anaranjado y unos dientes que imponen respeto. Dejamos que Eduardo desenganche las piezas de los anzuelos para evitar heridas con las fauces de los voraces peces.
Al cabo de un rato el sol nos da de pleno y es más que molesto, por lo que Albino y Eduardo deciden buscar un caladero a la sombra. Probamos suerte en un recodo del río y en vista de que no se aprecia movimiento nos adentramos con la embarcación en un brazo de agua que alimenta al Yanayacu. Cuando lo atravesamos salimos a una balsa de agua mayor donde las aves se concentran en grandes bandadas y vuelan en paralelo al avance de nuestro bote.
Volvemos a desviarnos por otro cauce de agua. El sitio es estrecho y angosto y la superficie de navegación cada vez se hace más exigua. Se acumulan troncos y ramas a modo de obstáculos que el piloto va sorteando hábilmente. En algunos casos notamos como árboles sumergidos son golpeados por la quilla de la embarcación. Llegamos a un remanso a la sombra. El agua tranquila es cubierta en su superficie por multitud de plantas acuáticas flotantes. De fondo resuenan los cantos de las aves selváticas. El sitio es muy bonito, virgen. Aquí no hay más presencia humana que la nuestra. Pescamos durante un rato más en tan idílico lugar, más atentos de saborear el momento que de la pesca en sí.
Retornamos al logde mientras la brisa producida por el movimiento de la embarcación seca el sudor de nuestros cuerpos. El zumbido del motor hace que nos sumerjamos en nuestros pensamientos mientras navegamos por estas aguas, físicamente estamos en la selva amazónica pero mentalmente hemos desconectado del mundo terrenal.
Volvemos a desviarnos por otro cauce de agua. El sitio es estrecho y angosto y la superficie de navegación cada vez se hace más exigua. Se acumulan troncos y ramas a modo de obstáculos que el piloto va sorteando hábilmente. En algunos casos notamos como árboles sumergidos son golpeados por la quilla de la embarcación. Llegamos a un remanso a la sombra. El agua tranquila es cubierta en su superficie por multitud de plantas acuáticas flotantes. De fondo resuenan los cantos de las aves selváticas. El sitio es muy bonito, virgen. Aquí no hay más presencia humana que la nuestra. Pescamos durante un rato más en tan idílico lugar, más atentos de saborear el momento que de la pesca en sí.
Retornamos al logde mientras la brisa producida por el movimiento de la embarcación seca el sudor de nuestros cuerpos. El zumbido del motor hace que nos sumerjamos en nuestros pensamientos mientras navegamos por estas aguas, físicamente estamos en la selva amazónica pero mentalmente hemos desconectado del mundo terrenal.
A las 13.00 nos sirven la comida. La sorpresa llega cuando ya sentados en las mesas, nuestro grupo recibe una bandeja con todos los peces que hemos capturado, fritos y listos para formar parte del menú de hoy. La carne de la piraña es sabrosa, aunque tiene bastantes espinas. Compartimos el banquete con la familia peruana de Toronto, partícipes también de las capturas de nuestra embarcación.
Mientras tomamos unas infusiones Eduardo nos indica que a las 15.00 tenemos que estar listos para partir y traer puestas las “botas de jebe”. Después de descansar un rato en las cabañas y disfrutar del acompasado movimiento de la hamaca del porche nos preparamos para partir. A la hora indicada nos reunimos en el lobby.
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