NAZCA-AREQUIPA - Parte IV

Martes, 18/08/2009
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A las 19.40 hemos quedado en recepción. Isabel comenta que Cristina estaba medio dormida aún y que dice que luego nos alcanza. Nacho al parecer se ha acercado a un locutorio porque necesitaba consultar cosas a través de internet. Partimos hacia el monasterio, ubicado en la calle Santa Catalina y muy próximo a la catedral. Los martes y los jueves el horario de apertura se extiende hasta las 20.00. Es martes, estamos de suerte. El encargado de la “boletería” (taquilla) nos dice que cierra a las 20.00 en punto, pero que las instalaciones permanecen abiertas hasta las 21.00. Cristina ya ha llegado pero no sabemos nada de Nacho. Suponemos que va a venir, por si acaso Cristina decide ir en su busca. Apuro hasta el final para sacar las entradas, 30 S/. por cada uno de nosotros (7,15 €). Son las 20.10 cuando aparecen nuestros compañeros. El insensato de Nacho se había enfrascado demasiado con internet y las cosas del trabajo que tenía pendientes. No se había percatado de la hora.

Todos juntos, accedemos a través del torno metálico al interior del recinto. Fundado en el siglo XVI fue víctima de terremotos que asolaron la ciudad. En el año 1970, una vez restaurado se abre al público, aunque en la actualidad una treintena de monjas siguen viviendo en el monasterio, alejadas y aisladas de las visitas de los turistas. El monasterio en sí es una ciudadela amurallada dentro de la ciudad de Arequipa, con casi 20.000 metros cuadrados de superficie. Constituye una de las principales joyas arquitectónicas de Perú. Es necesario hacer uso del plano que te entregan al comprar las entradas para no perderse. En el interior amurallado las calles y plazas tienen nombres para poder ubicarse en todo momento. Por las horas que son, no queda nadie visitando el monasterio, no nos cruzamos con ningún otro turista durante todo el recorrido.

A lo largo de la visita podemos contemplar las celdas de las monjas y sus aposentos donde se supone llevaban una vida ascética. En función de su antigüedad en la orden y de su importancia contaban con sirvientas, lo que hacía que sus celdas fuesen mayores en tamaño, contando incluso con cocinas independientes, patios y huertos. El recinto se ilumina mediante puntos de luz tenue que le confieren un aspecto místico y casi tétrico. En las cocinas de las celdas de las monjas se mantienen intactos los hornos donde cocinaban y durante la noche albergan ascuas de fuego real lo que, en cierta parte, imprime al lugar un halo de vida. Realmente curiosa resulta una de las estancias donde se exhiben retratos reales de monjas muertas durante la historia del monasterio, una visión sobrecogedora. Nos sobresalta una figura que emerge de un pasillo oscuro mientras visitamos esta sala. Se trata de los vigilantes de la instalación, que a medida que avanzamos en la visita apagan las luces, comprueban que no queda nadie en las estancias y las van cerrando.

La visita continúa en esta línea; estamos solos en el monasterio y los vigilantes van cerrando todo a cal y canto a nuestra espalda. Recorremos distintas estancias y lugares; cocinas, bibliotecas, baños, almacenes, refectorio, callejuelas (pintadas en diferentes colores de tonos pastel), pequeñas plazas con árboles frutales, escaleras ocultas, bellos patios, rica pinacoteca y la lavandería, constituida por un caño de piedra circundado por vasijas de roca en dónde se lavaba antiguamente la ropa. Todas y cada una de las estancias han sido restauradas con cuidado y albergan mobiliario de la época, uno realmente tiene la sensación de haber retrocedido varios siglos en el tiempo. Hemos vuelto a tener mucha suerte; la visita nocturna es la más espectacular e interesante sin duda, y como añadido el hecho de hacerla a última hora implica la soledad del lugar y la visión del mismo bajo una exangüe luz, que es lo que más impresiona.

Abandonamos el lugar y recorremos las calles de Arequipa para poder apreciar su belleza bajo la luz artificial. La temperatura ha bajado notablemente, los más de 2.300 metros de altitud se dejan sentir. Nos topamos con un patio empedrado con gran aglomeración de gente. Entramos a curiosear; se trata de la inauguración de una galería de arte moderno (de esas que consideran a unos calzoncillos usados depositados sobre una taza de WC una muestra de ello). Sirven un pequeño refrigerio (canapés y cócteles); no desaprovechamos la ocasión de poder seguir conociendo la gastronomía peruana.

La plaza de Armas, con sus construcciones en sillar blanco, gana en grandiosidad bajo la luz de los focos, sin duda es la plaza más bonita de las que hemos visto hasta ahora en Perú. Usamos la Lonely para buscar algún lugar típico para cenar. No tenemos ganas de andar mucho así que optamos por una sugerencia de la guía de comida típica arequipeña, “Café bar Antojitos de Arequipa”. El intento es frustrado, tienen reservado el local para una celebración y sólo nos ofrecen dulces y café en la barra. En Perú la gente cena muy temprano y a partir de las 21.30 es complicado ponerse a buscar sitio para que te sirvan. En la misma calle encontramos una chifa abierta, con horarios más dilatados, por lo que entramos a cenar; un plato por cabeza. Tortillas de verduras, tallarines, pollo en salsa agridulce, cerdo con piña, lomo saltado con arroz y bebidas nos cuestan 42 S/. (aprox. 10 €). Llegamos a nuestro alojamiento, muy cercano. Nos reunimos en una de las habitaciones de la azotea a tomar las Cusqueñas y los snacks salados que habíamos comprado por la mañana en el super. La vida nocturna entre semana en Arequipa es poco animada, según nos han comentado, pero en esta habitación los ruidos de una sala de fiestas cercanas se cuelan sin mucho inconveniente. Ha sido otro día duro; a pesar de todo conciliar el sueño no va a ser complicado.