lunes, 22 de febrero de 2010

PUNO-ISLA UROS-ISLA AMANTANI - Parte IV

Sábado, 22/08/2009
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En el campo de fútbol-sala, que pertenece a la comunidad isleña, se monta un mini partido entre peruanos autodenominados cholos (con nuestro guía entre sus filas) y extranjeros. Participa en representación de nuestro grupo Alberto. Con un aspecto esperpéntico se incorpora al equipo de los cholos; botas de montaña y camiseta del Real Madrid con el 7 de Raúl a la espalda.
El graderío poblado de niños locales y del resto de turistas que visitan la isla. Durante el rato que dura el partido rechazamos dar propina a los niños a pesar de que la solicitan insistentemente; Meneleo nos ha advertido de que esa práctica fomenta la mendicidad y que sólo piensen en ganarse la vida así en vez de estudiar y trabajar.
Al cabo de media hora, iniciamos caminata hacia lo alto de la isla para poder contemplar el atardecer desde una posición privilegiada. La empinada pendiente que deja atrás la población causa mella en nuestros maltrechos organismos, la falta de oxígeno es un mal común. Poco después hacemos una parada, para que se recuperen los más exhaustos. Acabado el partido de fútbol nos alcanza Alberto, a la carrera (más bien trote, porque no da para más el chaval) llegando sin un hálito de aliento a nuestra altura.
Meneleo explica la forma de vida en Amantani. Una isla sin carreteras y sin vehículos a motor donde la gente se desplaza a pie y los más afortunados disponen de caballo. Existen varias comunidades repartidas por la isla con varios colegios en ellas. Los niños en edad escolar tienen que caminar largos trayectos para cumplir con sus obligaciones. Viven del cultivo propio producen papas, ocas (tubérculos típicos de la zona), cebada y habas; en la actividad pecuaria sobresalen los bovinos y vacunos y en ocasiones se alimentan de la pesca que ofrece el lago. También tienen actividad textil. Periódicamente se desplazan a Puno para adquirir los bienes necesarios que se necesitan para la vida cotidiana.
Nos comenta que nos dirigimos hacia la cima del monte Llacastiti (4.150 msnm), punto más alto de la isla y donde podremos observar las construcciones denominadas Pachamama y Pachatata (Madre y Padre Tierra). Son ruinas que se remontan a la cultura Tiahuanaco, que procedente del altiplano boliviano se extendió por los alrededores del lago entre los años 500 a.C. y 1000 d.C. Se trata de lugares sagrados venerados desde tiempos remotos. La tradición dice que dando tres vueltas al templo circular de la cima en sentido contrario a las agujas de un reloj se te concede un deseo.
Continuamos la ascensión. A medida que ganamos altura nuestra posición queda más expuesta al azote del viento, que empieza a ser molesto. Nos cruzamos con algún lugareño vestido con traje típico montado a caballo, todo un lujo para poder moverse por este terreno escarpado y dónde no existe ningún llano. Hasta llegar a la cima, la senda se convierte en un camino empedrado encajado entre muros de piedras perfectamente colocadas. Multitud de vendedoras ambulantes exponen sus prendas de lana sobre los muros Desde luego han tenido que hacer un buen esfuerzo físico para cargar con todo hasta aquí arriba, aunque juegan con la ventaja de la aclimatación a la altura, en su caso congénita.
Rodeamos la construcción circular de piedra lo que nos permite una panorámica de 360º de la isla. Completamos las tres vueltas indicadas por Meneleo a pesar del viento existente, que a veces nos zarandea como si no quisiera que permaneciéramos en el lugar.
La temperatura no es muy baja, pero la humedad del lago, la caída de la tarde y el molesto viento nos obligan a abrigarnos y hacer uso de los chullos comprados a Hermenegilda. Qué bien nos vienen sus orejeras y su tupido punto de lana de alpaca. Nos sentamos mirando hacia el oeste para ver como el disco de fuego en que se ha convertido el sol desaparece en el horizonte. A pesar del irritante viento disfrutamos del atardecer, es diferente. Estar a 4.000 metros de altura y observar el contraste de tonos cálidos con el azul de las aguas y ese cielo puro es diferente. Las montañas acaban por ocultar al astro rey, momento justo en el que decidimos emprender la bajada.

Casi de noche, y sin una brizna del crepúsculo que nos guíe en el camino, ganamos la pista de fútbol sala. A los pocos minutos aparece el hijo de Hermenegilda que acude a recogernos y nos guía con una linterna hasta la casa. En un rato la cena estará preparada, así que descansamos en la habitación. Nos percatamos de la bacinilla que hay debajo de una silla. Como tengamos urgencias fisiológicas por la noche, la elección entre atravesar todo el huerto sumido en la oscuridad soportando el cortante frío de la noche para llegar al baño o emplear tan útil invento presente en la habitación, está más que clara.
Nos llaman a cenar. La cena consiste en una riquísima sopa de maíz y una tortilla de patatas, huevo, y tomate acompañada con un trozo de queso. Charlamos con Hermenegilda, lo poco que nos permite su limitado castellano. Nos explica cómo se desplaza a Puno para comprar lana de alpaca (a 45 S/. el kilo, 10,70 €) y tinte para darle color. La lana tiene que ser hilada y coloreada, y por cada kilo puede tejer 4 chullos, necesitando un tiempo de trabajo de 3 semanas para cada uno de ellos (dedica a este menester unas pocas horas al día). Los venden a los turistas y así obtienen unos ingresos que les permiten salir adelante.
Después de cenar visitamos a nuestros compañeros y vecinos. Están de sobremesa en la cocina, al calor del fuego y tomando un mate mientras comparten charla con sus anfitriones. Da gusto convivir con la sencillez de estas gentes y darse cuenta de que las prioridades en la vida pueden derivar en muchas maneras de conseguir ser feliz. Disfrutamos de su felicidad y entusiasmo y la manera en que los transmiten.
Ahora toca vestirse para la fiesta que se celebrará en un rato. Nos prestan ropa típica. Nos ataviamos con ponchos de lana de alpaca que lastran nuestro cuerpo, dando lugar a un esfuerzo extra a realizar en nuestros movimientos. Nos enfundamos el chullo de lana, cogemos nuestras linternas (no hay electricidad en toda la isla) y guiados por Hermenegilda y su hija nos dirigimos al edificio de la comunidad para actos sociales ubicado a espaldas del campo de futbol sala. Al rato aparecen nuestros compañeros. Nacho con pintas cómicas idénticas a las nuestras, botas de montaña, poncho y chullo. Las chicas con trajes típicos de la isla; falda bordada, chuco (especie de mantón sobre los hombros) y pañuelo a la cabeza.
Llega la banda de música, constituida por chavales de la isla equipados con instrumentos típicos peruanos. Comienza la música y al principio la gente parece timorata y nadie se atreve a lanzarse. Las nativas (los hombres no participan en estas cosas) obligan a bailar a los turistas. El primero de nosotros que cae es Nacho y luego nos vamos sumando todos. Los bailes son en pareja o bien en conjunto formando una especie de enorme corro que se desplaza a velocidad vertiginosa por el amplio e improvisado salón de baile. Con el frío que hay fuera empezamos a sudar y a fatigarnos, no acabamos de adaptarnos a la altitud y cualquier esfuerzo lo pagamos, más aún si lo hacemos a gran velocidad como es el caso.
Invitamos a una cocacola a nuestros anfitriones, son servidas en una mesa por los hombres de la comunidad, que se mantienen ajenos al baile. Como dato curioso comentar que no hace falta refrigerar las bebidas ni ponerles hielo. Están a temperatura ambiente y las tomamos completamente frías. Esto da idea de la temperatura que hay fuera y dentro de la nave, y aún así, con el baile vertiginoso y los ponchos de lana que dan un calor increíble, estamos asfixiados como pollos.

A las 21.30 nos retiramos del baile y nos vamos a descansar. Usando nuestros frontales de luz llegamos a las casas. En las habitaciones no hay calefacción. Sobre las camas gruesas mantas de lana de alpaca, que ya hemos comprobado que abriga y mucho. Al meternos en el catre y arroparnos la ropa de la cama cae sobre nosotros como una losa, apenas nos podemos mover, pero no pasaremos frío….Siempre y cuando no haya que salir fuera a media noche. La bacinilla a mano, nunca se sabe.

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