lunes, 22 de febrero de 2010

MADRID-LIMA

Viernes, 14/08/2009
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Oscar, Alberto y yo llegamos a la T-1 de Barajas a eso de las 19.30. Nuestro primo Maky (Horton para los más íntimos) tuvo el detalle de acercarnos en su coche al aeropuerto. Nada más llegar buscamos un carrito con ruedas para no tener que cargar con los bultos del equipaje. Cada mochila iba dentro de una bolsa de color negro con forma cilíndrica, que habíamos comprado en el Decathlon. Estas bolsas permiten llevar las mochilas cubiertas, evitar enganches de sus correas y también actúan como impedimento ante posibles hurtos en sus múltiples bolsillos. Además, estas bolsas disponen de asas para el transporte cómodo y de una prolongación de tela que aumenta el volumen de su capacidad, lo que nos resultó de gran utilidad a lo largo del viaje.
Nos dirigimos al mostrador de Air Comet. Pensamos, ilusamente, que con tanta antelación (nuestro vuelo tenía como hora de salida las 23.45 pm) a lo mejor teníamos opción de elegir buenos asientos. Al poco rato de llegar a la cola marco el número de Isabel en el móvil. Ella y Nacho estaban desplazándose desde la T-4 hacia la T-1 en el bus gratuito de AENA. Se reúnen con nosotros en la facturación de Air Comet. Cualquier mostrador es válido, así que el tema va rápido y en 5 minutos hemos cumplimentado el trámite del equipaje; nos tocan 4 asientos centrales y uno más en una de las filas laterales. Con nosotros se queda una pequeña mochila como equipaje de mano. Respiramos aliviados. Durante esa quincena había programadas huelgas en Air Comet por falta de pago de nóminas a empleados de tierra; nosotros nos libramos del entuerto y no nos afectó.
Por delante, varias horas de espera hasta el despegue. Cristina, llegaba en un rato a la T-2, desde Mallorca. Ella no iba a volar con nosotros hacia Lima; su avión (debido a que compró el billete más tarde y hubo una confusión de fechas, y también con motivo de la huelga) salía el domingo a las 8 de la mañana. No obstante, Nacho hace un intento y pregunta en el mostrador de información de Air Comet si habría posibilidad de cambiar el vuelo de Cristina para que viajara con nosotros. Nos informan de que nuestro vuelo está completo; de todos modos nos dicen que si queremos podemos intentarlo a última hora; facturar el equipaje y ver si alguien se cae de la lista justo antes de embarcar.
Como no hay nada más que hacer, nos vamos a la T-2 dando un paseo y mientras esperamos a Cristina nos tomamos el bocata que llevamos en las mochilas de mano. Mientras tanto observamos un tanto atónitos como un hombre pasea a su mascota atada a una correa por la zona; se trata de un hurón, crea furor entre los niños. En las pantallas confirmamos que el avión de Cristina está en tierra. Un rato después aparece por la puerta que da al terminal de viajeros. Le explicamos que vamos a intentar que vuele con nosotros y nos dirigimos hacia los mostradores de Air Comet. Comienzan las peripecias: un señor intenta la misma jugada. Al parecer viaja a Lima, al funeral de su padre, y sacó el billete para el día siguiente, pero en esas condiciones no llega al sepelio, así que trata de colarse en nuestro avión; su mujer, histérica, no hace más que clamar indignada contra el personal de tierra de la compañía aérea. Nos confirman que no quedan plazas, pero que a lo mejor (a veces dicen que pasa) alguien se despista y no llega a embarcar en hora. Facturamos la mochila de Cristina, si no consigue volar con nosotros ya tendrá su equipaje facturado para el domingo. Son las 22.15.
Pasamos el control de seguridad. Cristina, como no tenía pensado volar esa noche, traía dos frascos de mermelada casera desde Mallorca. Le obligan a dejarlos en seguridad o no pasa el control; la mujer encargada del detector de metales comenta que se los guarda, siempre y cuando vuelva a por ellos antes de las 23.15, cuando acaba su turno. Sugiero comernos la mermelada, por si acaso, y así no “desperdiciarla”. Me ignoran.
Hacemos tiempo en la sala de embarque y escuchamos por megafonía las llamadas a los pasajeros que aún no han confirmado su presencia en el vuelo. Al principio llaman a 8; hay esperanzas de que alguno falle. Luego repiten la llamada y sólo quedan 6. Otra llamada más y únicamente reclaman a 4 personas que faltan en la lista. Nos llega el turno y tenemos que separarnos de Cristina. Ella esperará hasta última hora por si hay suerte. Pasamos el control y tomamos el bus que nos lleva a pie de pista.
 
Embarcamos, nos reciben las azafatas con el traje de gala. Nos estamos acomodando en nuestros asientos cuando Isabel recibe un SMS. Cristina no ha tenido suerte; no quedaban plazas. El señor que iba al entierro tampoco ha resultado “afortunado”. Cristina tendrá que volar el domingo sola, y para colmo se ha quedado sin sus frascos de mermelada (lástima no haber dado buena cuenta de ellos cuando pudimos). Nos acoplamos en la fila central de 4 asientos Oscar, Alberto, Isabel y yo. Nacho viaja solo en la fila de detrás pero en el bloque lateral de asientos.
Son las 23.40, con una antelación de cinco minutos sobre la hora prevista de salida encaramos la pista y despegamos. Por delante, doce horas y media de vuelo. Ya estábamos camino de Lima.

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