lunes, 22 de febrero de 2010

CUZCO - Parte IV

Lunes, 24/08/2009
-->
Aún son las 17.30. Pasear por Cuzco es una de esas cosas de las que jamás se cansaría uno. La ciudad es magnética. Todas las calles rezuman historia y en ellas se combina los cimientos y el poso dejados por el imperio inca con su fino trabajo de la piedra y el esplendor de la época colonial impuesto por los conquistadores. Esta tarde toca explorar la zona que aún no hemos pisado, al norte de la plaza de armas. En una de las incontables callejuelas estrechas entramos en un local (al parecer es una franquicia) a tomar batidos naturales de fruta. Los pedimos de combinaciones extrañas para nosotros, pero que son moneda común en Perú: guanábana (pariente sudamericano muy próximo a la chirimoya) y lúcuma (con sabor parecido al jarabe de arce y originaria de las zonas andinas). Pagamos 37 S/. (8,80 €) por seis enormes batidos recién hechos con frutas naturales. Además nos regalan uno extra para compartir.
Continuamos deambulando entre callejones perdidos, curioseando en tiendas de artesanía y fijándonos en cada detalle de las fachadas de los edificios, de las calles, de los vehículos tan distintos al estándar europeo al que estamos acostumbrados. El parque automovilístico de Perú es prehistórico. Es raro ver autos nuevos. Su antigüedad hace que sean ruidosos y contaminantes en exceso. En calles muy transitadas a veces cuesta evitar la inhalación de bocanadas de humo y emisiones contaminantes. Nos llama la atención el hecho de que no hay papeleras para la basura. Ésta se almacena formando montones en la calle para luego ser recogida por los barrenderos que emplean para tal cometido una carretilla de ruedas sobre la que van depositando los desperdicios.
Al llegar al hotel un crepitante fuego nos recibe y reconforta en la cafetería. Aprovechamos para relajarnos y tomar un mate. Cada día en el cafetín se sirve una especialidad de tarta casera que hace las delicias de los más golosos. Una vez duchados y guapos volvemos a caminar por las calles de Cuzco. La vida bulliciosa de la ciudad no cesa y esto se acentúa a medida que nos acercamos al centro. Los focos de luz iluminan fachadas de iglesias y edificios y parecen transformarlos completamente; pasear de noche tiene otro encanto. Paramos en la iglesia de la Compañía de Jesús y observamos su fachada iluminada; fue construida sobre los cimientos del palacio de Huayna Cápac, último inca que mantuvo el imperio unido y sin conquistar. Tomamos la calle Triunfo aprovechando para entrar en tiendas y husmear entre los artículos expuestos.
Llegamos al “Cicciolina”. El restaurante ocupa una pomposa mansión colonial con patio. Tal y como teníamos pensado no entramos al salón si no que permanecemos en la parte de la barra para poder tapear. Tenemos suerte y nos hacemos con una mesa alta y varios taburetes. Al rato, conseguimos una pequeña mesita cerca de una ventana, que ocupamos Isabel y yo. El local tiene una decoración que parece que te transporta varios siglos atrás con aperos de labranza colgando del techo y paredes y algunos productos del campo como reminiscencia de la oferta culinaria del local (pimientos secos, verduras). La comida es ecléctica. La mejor muestra de ello es una tapa de langostinos a la plancha rebozados en quinoa (cereal típicamente peruano). Mención especial merecen los tagliolinis negros con langostinos y leche de coco. En ambas mesas lo incluimos en nuestro pedido. El coste para una cena con entradas, plato principal, postre y bebidas aproximadamente nos cuesta unos 60 S/. por cabeza (14,30 €). Es el precio que tiene cenar en uno de los locales de moda y mejor valorados de Cuzco. Somos de los últimos en abandonar el restaurante. El nivel de ocupación de las calles ha disminuido considerablemente y pasear resulta más tranquilo. No hace mucho frío por lo que retornamos andando al hotel disfrutando de la ciudad iluminada. Nos vamos a dormir a las 23.00. Al día siguiente vamos a conocer el valle sagrado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario