lunes, 22 de febrero de 2010

CUZCO - Parte I

Lunes, 24/08/2009
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No logro descansar adecuadamente porque el sueño no es profundo. Sumido en un duermevela me doy cuenta de que paramos varias veces, pero no soy consciente de los motivos. Sobre las 03.00 am me despierto definitivamente para no volver a conciliar el sueño en todo el viaje. Isabel, que ha tenido que tomar un Fortasec, sigue con problemas estomacales y me confirma lo que yo imaginaba. El bus se ha detenido en varias ocasiones, en una de las ellas a requerimiento de la policía, los rotativos luminosos del coche patrulla así lo manifiestan.
El frío se hace insoportable. No funciona la calefacción. Recuerdo haber preguntado al tipo de la agencia por ella, me dijo que el bus tenía. No mintió, hay calefacción; otra cosa distinta es que estuviera averiada. Sentimos el azote de las bajas temperaturas sobre todo de cintura para abajo y en las extremidades. Debemos estar atravesando la zona de La Raya, un puerto de montaña andino situado a 4.335 metros de altitud, el punto más alto del trayecto Puno-Cuzco. En este momento envidio a los franceses que, embutidos en sus sacos de dormir, parecen dormir plácidamente.
La cosa se complica. Al menos en dos ocasiones más el autobús detiene su marcha. Aparentemente los problemas son mecánicos, pero no hago ni ademán de asomarme a la puerta para ver lo que sucede, el viento fuera debe ser gélido. De todos modos no creo que haya mucha diferencia de temperatura entre el interior y el exterior de la cabina de pasajeros. La sensación es similar a viajar en un camión congelador. La gente de la planta alta comienza a molestarse de verdad. Varios turistas, sudamericanos por su acento (argentinos o uruguayos), empiezan a despotricar contra el mozo de la compañía que viaja dentro del bus. Se quejan del frío ártico que tenemos que padecer y de las continuas paradas. Y ellos además hacinados en asientos que apenas se reclinan, nosotros por lo menos vamos bien estirados. Voy al baño, la puerta no cierra, otra calamidad a añadir a la larga lista de las acontecidas durante la noche.
A las 05.45 llegamos a Cuzco. Este desplazamiento se puede catalogar como lo peor de lo que llevamos de viaje. Entre nosotros comentamos los avatares y las penurias pasadas. Cristina, que no ha pegado ojo, dice no haber parado de mover los dedos de los pies y de las manos en todo el trayecto, por temor a las congelaciones. Si no hubiese sido testigo directo de las condiciones en que hemos viajado la habría tomado por exagerada.
Está despuntando el día cuando recogemos los equipajes. Nos quedaba una sorpresa más. Según cuenta el mozo se ha derramado un bidón de agua en la bodega y hay algunas maletas húmedas por ello. “No se preocupen, es agua”. Que tipo más gracioso, no se preocupen dice. Algunos bultos salen chorreando literalmente. Por suerte las nuestras no están afectadas en gran medida y tenemos la ventaja de que las fundas, en forma de “morcilla”, protegen las mochilas que transportan en su interior.
En la terminal nos asaltan taxistas. Piden hasta 10 S/. por llevarnos al centro. Salimos a la calle y de manera rápida negociamos dos taxis hasta el hotel elegido por 5 S/. cada uno (1,20 €). Isabel se había encargado de reservarlo desde España. Nos alojaremos en el hotel “Los Niños 2” (http://www.ninoshotel.com/), en la calle Fierro 476. Este alojamiento fue ideado por una señora holandesa que reformó una enorme casa colonial para convertirla en hotel. Apadrina niños sacados de las familias más pobres de la zona y mediante una fundación sin ánimo de lucro ayuda a los pequeños más desfavorecidos de Cuzco proporcionándoles comida, asistencia sanitaria y actividades extraescolares. Los beneficios del hotel, por lo tanto, tienen un fin social. Tenemos reservadas dos habitaciones triples con baño privado; su precio es de 64 $ (45,70 €). En la actualidad hay dos hoteles “Los Niños” en Cuzco, ambos de la misma propietaria, que distan apenas un par de “cuadras”.
El trayecto desde el terrapuerto nos lleva cinco minutos y pasa justo por delante de una imponente estatua de Pachacútec (noveno gobernante del imperio inca cuyo nombre en quechua significa “El que cambia el rumbo de la tierra”). Al llegar al destino, nos encontramos con una puerta de madera cerrada. Tras llamar al timbre nos abren. Al entrar nos topamos con la recepción y un poco más adelante se accede a un soleado patio interior rodeado por una balconada de madera donde se sitúan las habitaciones.
Nos registramos y preguntamos por la posibilidad de dejar las maletas en algún sitio hasta que sean las 12.00 del mediodía y así, en ese momento, poder ocuparlas. Amablemente nos permiten usarlas desde ya mismo (son las 06.00 de la mañana); de esta forma podremos dejar el equipaje y ducharnos. Las habitaciones estaban libres y nos hacen un gran favor al dejar que tomemos posesión de ellas antes de la hora contratada. Como curiosidad mencionar que no están numeradas, están bautizadas con los nombres de los niños que la dueña ha ido acogiendo durante estos años.
Una vez acomodados bajamos a desayunar, en una de las esquinas del patio se halla el cafetín. El ambiente es caldeado por una chisporroteante chimenea. Una estantería de libros para préstamos a huéspedes se alza en una de sus paredes. De fondo un hilo musical transmite relajación al ambiente. Pedimos la carta para tomar el desayuno, no incluido en el precio. Hay tres tipos; el normal (ensalada de frutas, abundante pan y mermelada –todo casero- y café o infusión), el mediano (lo que incluye el normal más huevos –revueltos, en tortilla o pasados por agua- y zumo de naranja natural) y el grande (lo que incluye el mediano más una enorme taza de yogur natural con miel y granola de cereales). Los precios 8-10-12 S/. respectivamente (1,90-2,40-2,85 €). Precios muy baratos teniendo en cuenta la calidad de los productos, la exquisita atención del servicio y la calidez y relajación aportada por el lugar. Soy el único que pide el desayuno grande y hay que reconocer que al acabarlo uno se siente más que lleno. Nos sabe a gloria bendita después de la noche de penurias sufrida en el bus.
Al acabar otro rato más de éxtasis. La ducha con agua caliente nos devuelve el calor corporal perdido y nos inyecta vitalidad. Nos reunimos en el soleado y agradable patio para planificar la organización del día de hoy. Tenemos muchas cosas que preparar.

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