lunes, 22 de febrero de 2010

CUZCO - Parte VII

Miércoles, 26/08/2009
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Son casi las 14.00 y es más que justificado que pensemos en comer. Al iniciar el día teníamos decidido el lugar así que en esta ocasión no sufrimos el habitual proceso de dudas e incertidumbre antes de seleccionar restaurante. Nos espera el “Chicha” (Plaza Regocijo 261). Este restaurante, pertenece al famoso chef peruano Gastón Acurio y fue abierto este mismo año. El local (que pretende inaugurar una sucursal en cada ciudad importante de Perú) muestra toda la tradición culinaria de la región y también los mejores productos de la zona. El principio básico de “Chicha” es que compra todos los ingredientes que son base de su cocina solo a productores locales; realizando alianzas con estos productores y campesinos para realizar un comercio justo con ellos.
El restaurante ocupa un lugar privilegiado, en la segunda planta de una mansión colonial cuyas balconadas se abren a la Plaza Regocijo. Al llegar pedimos mesa, a ser posible cerca de la cocina, queremos curiosear todos los platos que salgan de ella. El sitio está decorado de forma desenfadada. Al estudiar la carta nos cercioramos de que estamos ante un restaurante que apuesta por la cocina regional cuzqueña.
Cuando nos sentarnos en la mesa nos reciben con variedades distintas de panecillos y de mantequillas para untar. Compartimos entrantes entre los que destacan el pastel de choclo (exquisito) y un tabulé de quinoa (ensalada fría hecha a base de este cereal).
Los platos principales, a cada cual más abundante y sabroso. El osobuco que pido yo se deshace en la boca, asado en su jugo con vino tinto y acompañado de pasta rellena. Codillo con puré de manzanas, un ceviche de la casa, solomillo de cerdo sobre una cama de habitas…Probamos de todos los platos. Sería difícil establecer un ranking de ganadores.
También compartimos postre; suflé de chocolate de varios tipos y tarta de pera (sublime). Algunos miembros del grupo han establecido como costumbre acompañar la comida con cócteles y otros con cerveza, en este caso no hay excepción. Al pedir la cuenta, nos deleitan con “aguaymantos” recubiertos de caramelo cristalizado y gominotas, de “chicha morada” solidificada, recubiertas de azúcar. Un final excelso para una estupenda comida. Pagamos; 462 S/. (110 € en total, 22 € por comensal). En España, comidas como ésta pueden costar fácilmente tres veces más.
Son más de las 16.00 cuando terminamos de comer. A través de los ventanales de los balcones nos damos cuenta de que la lluvia cae de manera intermitente. Es la primera vez que nos llueve desde que llegamos a Perú.
Somnolientos por la copiosa ingesta y por los efectos de los Pisco Sour y las Cusqueñas, tenemos pocas ganas de levantarnos de la mesa. Preguntamos al exquisito y atento servicio de camareros si cierran a mediodía. Nos dicen que no, que el horario de apertura es interrumpido hasta la noche. Pedimos otra ronda de cócteles y entre trago y trago divagamos sobre el sufrimiento que nos espera al día siguiente con la mochila sobre nuestras espaldas haciendo el trekking del camino inca y de todo lo que nos queda por contemplar en este fantástico país.
Salimos a la calle a las 18.00, ya es noche cerrada. Apenas ha llovido nada. Nos repartimos las tareas pendientes. Alberto e Isabel se van al cyber, a buscar opciones de alojamiento en Iquitos. Los próximos cuatro días, en el camino inca, estaremos incomunicados y no podremos hacer esa gestión. Cristina, Óscar y yo en busca de un supermercado. Necesitamos botellas de plástico de un litro para poder emplear las pastillas potabilizadoras y hacer útil para el consumo humano el agua que encontremos en el camino inca. Como ya habíamos podido comprobar resulta complicado encontrar botellas de agua de esta capacidad. Recorremos dos supermercados en la plaza de Armas y resulta imposible.
Nos alejamos del centro y llegando a la Plaza de San Francisco, desviamos nuestro rumbo en dirección sureste. Siguiendo las indicaciones que nos han dado encontramos un súper más grande. Pero tampoco hay botellas de agua de 1 litro de capacidad. Tenemos que comprarlas de zumo, es lo único que encontramos. De vuelta paramos en dos pequeñas tiendas locales de ultramarinos y acabamos con su stock de chocolatinas; buscamos energía rápida y calorías para los posibles bajones que podamos sufrir al caminar por los Andes. El paseo nos permite volver a ser testigos del ajetreo de la vida en esta ciudad; varios puestos callejeros cocinan “anticuchos”, tiendas de disfraces y piñatas para niños, tiendas de ropa moderna. Todo separado por calles, cada una dando cabida a un tipo de comercios.
Llegamos al hotel. Como es habitual la chimenea del cafetín parece darnos la bienvenida con la danza del fuego resplandeciendo en su interior. Tomamos un mate de coca, Alberto e Isabel llegan un rato después. No han reservado hostal en Iquitos, no parece haber muchas opciones en internet, tendremos que buscarnos la vida. Después de un rato de charla nos toca preparar la mochila que nos acompañará durante los 4 próximos días. Hay que medir bien lo que se lleva, las cosas innecesarias no harán más que sumar peso que arrastraremos como las cadenas de un condenado cuando las fuerzas escaseen. Arreglamos las cuentas en recepción, dejando incluso pagada la noche que hará Nacho a la vuelta de su trekking, mientras nosotros sigamos fuera. Damos orden para que el equipaje que dejamos en el hotel (las “morcillas” con todo lo que no resulta necesario llevar) sea trasladado al Hotel “Los Niños 1”, donde tenemos reservadas habitaciones para nuestra vuelta en la noche del domingo.
Cristina ha recibido un SMS de Nacho. Al final no han llegado las que iban a ser compañeras suyas en el trekking (dos inglesas); lo está haciendo en solitario con el guía. Es uno de los días que más temprano nos acostamos. Son apenas las 21.30 cuando ya descansamos en nuestras camas. En silencio, imaginamos lo que nos espera al día siguiente. Hacer un trekking de 4 días a 4.000 metros de altitud impone cierto respeto. Pero también tiene que ser espectacular.

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