lunes, 22 de febrero de 2010

CUZCO-CAMINO INCA (Día 1 - 12 Km.) - Parte II

Jueves, 27/08/2009
-->
El cupo diario de visitantes al camino inca está limitado por el gobierno peruano. Asciende a 200 viajeros a los que hay que sumar 300 personas más en concepto de porteadores, cocineros y guías. En total un máximo de 500 visitantes acceden al camino inca cada día. Este primer tramo, llano y sin dificultad, posee un clima seco. Aún es posible apreciar construcciones de gente nativa en convivencia con la naturaleza.
Después de 50 minutos hacemos una parada para observar las ruinas de Q´anambaba (“Pradera Verde”) situadas en la otra orilla del río; una de las guías aporta algunas explicaciones.
Existen dos caminos incas, y así lo relataba Pedro Cieza de León (escritor de “Crónica del Perú”): “…Desde la ciudad del Cusco hay dos caminos y calzadas reales de dos mil millas de largo, que una va guiada por los llanos y otra por las cumbres de los montes. De manera que para hacerlas como están fue necesario alzar los valles, tajar las piedras y peñascos y humillar la alteza de los montes”. El camino que nosotros estamos siguiendo es el llamado camino inca tradicional, que atraviesa las cumbres llegando desde Cuzco hasta Machu Picchu. El segundo camino, el camino inca original, mucho más corto permitía alcanzar la ciudadela de Machu Picchu en apenas 6 horas. Discurre completamente paralelo al río y está siendo objeto de excavaciones arqueológicas en la actualidad.
Reiniciamos la marcha en busca del primer campamento para el almuerzo. La senda se vuelve empinada, sin llegar a una dificultad notable empieza a dejar claro quien sufrirá más. Isabel acusa el peso de la mochila y ha de parar y tomar resuello constantemente. La señora uruguaya también flojea y lo mismo sucede con un chico argentino con problemas de rodilla. El camino, con muchas piedras sueltas, deja deslizar flujos de agua entre sus grietas lo que complica en cierta medida su travesía.
Alcanzamos el punto más alto donde nuestros compañeros descansan sentados sobre muros de piedra bajo la fresca sombra de los árboles. Contemplamos como algunos de ellos muestran sus frutos: son aguacates. Desde esta posición dominamos una pequeña explanada de hierba; justo por encima de ella se vislumbran los servicios higiénicos. Los porteadores ya han montado la carpa donde cocinan y la carpa comedor. Después de dejar de sudar y recuperar la respiración normal, nos instalamos en la pradera. El personal de la agencia prepara una lona sobre la que colocamos todas las mochilas. Nos ofrecen unas banquetas de plástico para poder sentarnos a charlar hasta que la comida esté preparada.
El almuerzo está listo. Se sirve dentro de la carpa comedor, dónde todos compartimos mesa sentados sobre nuestras banquetas. Nos sirven sopa de quinoa en humeantes recipientes metálicos y después arroz con carne en salsa. De postre un mate de coca u otras infusiones, a elegir por el viajero. Mientras comemos un nubarrón amenazante se sitúa sobre nuestra posición. Caen algunas gotas sueltas. Pero no llega a descargar del todo y sigue su camino. Disponemos de media hora de relax que aprovechamos para tumbarnos en la hierba y observar los picos nevados de fondo semiocultos por las nubes que no cesan de taparlo en su continuo movimiento.
Antes de partir rellenamos algunas botellas de agua en el grifo de los servicios higiénicos y agregamos las pastillas potabilizadoras. En dos horas completarán su efecto purificador y el agua será apta para el consumo. Mientras nos “alistamos” para salir (término muy empleado por nuestro guía Lino) los porteadores acaban de fregar los platos de la comida y desmontan las carpas. El camino se aparta del cauce del río y de las vías del tren para enfilar las montañas. Desciende con una inclinación apreciable bordeando un cañón. Enfrente vemos algunos de nuestros porteadores en avanzadilla, y nos damos cuenta de que la subida que se nos viene encima es seria.
Las piedras sueltas y la excesiva pendiente nos obligan a andar de manera zigzagueante para permitir nuestro avance. La pobre Isabel sufre más que ninguno, y cargar con la mochila es un agravante más que considerable. Los porteadores que habían quedado atrás recogiendo el campamento nos adelantan. Cargados con fardos de más de 25 kilos de peso y calzando unas sandalias de cuero nos pasan como aviones. La fisionomía de los antiguos incas, antecesores de estos porteadores nativos de los Andes era fruto de una gran evolución genética. De pequeña estatura porque las grandes cargas que transportaban obligaban a su avance agachados e inclinados hacia delante en busca de un punto de gravedad más bajo. Una caja torácica ancha lo que les otorgaba mayor capacidad pulmonar. Nariz ancha y grande con enormes orificios nasales para dar entrada a más cantidad de aire y por extensión de oxígeno. Y por último una piel tostada, fruto de la exposición continuada a las radiaciones solares más puras al vivir en estas altitudes.
Arriba llegamos desperdigados, cada uno como buenamente puede. Lino nos da una tregua de 5 minutos para recobrar el aliento y observar de manera directa el imponente nevado Verónica. Nos promete que después de caminar 3 minutos más una sorpresa nos espera. Y así es. Superada una pequeña loma alcanzamos el claro de un promontorio desde donde se divisa el valle y el río. A pocos metros las ruinas de un torreón de defensa estratégicamente colocacado (conocido como “El Mirador”) que servía como puesto para vigilar la entrada de posibles intrusos a la zona. Como si de un embudo se tratara, cualquiera que quisiera acceder al valle por el río sería divisado desde esta cresta de rocas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario