-->
El descenso nos depara una primera sorpresa. Atravesamos el primer túnel inca de los tres que nos encontraremos en la jornada de hoy. La escalinata castiga las rodillas. Se trata de la mayor inclinación que tendremos que atravesar en un tramo de bajada. Los peldaños de piedra son muy altos y también irregulares. Por suerte hay motivos más que sobrados para detenerse cada poco rato. Fotografiamos algunas orquídeas de color amarillo, observamos las enredaderas que ascienden pos los troncos de los árboles, escuchamos el caudal de agua que erosiona el cauce del lecho pedregoso en la profundidad del valle, divisamos en el fondo de la quebrada la laguna negra (Yanacocha).
Extasiados con el paisaje nos reagrupamos al pie de las ruinas de Sayacmarqa (“pueblo empinado”), una ciudad bien preservada de la época inca. El grupo de guías nos da indicaciones para que dejemos las mochilas al pie del desvío que conduce al conjunto arqueológico. Un corto pero dificultoso tramo de escaleras parten de la calzada principal del camino inca y se eleva hasta alcanzar el complejo arquitectónico. En esta ocasión es Maribel la que nos acompaña y nos brinda la explicación del sitio en el que nos hallamos.
Esta imponente construcción está muy bien conservada. El templo posee depósitos de agua y alimento, y puestos de observación, por lo que se cree que fue un observatorio astronómico. Desde la posición se divisa al otro lado de la quebrada el campamento de Chaquiqocha donde los porteadores ya han comenzado a preparar la comida. Retorciéndose como una culebra el camino inca de piedra se pierde entre la espesura de la vegetación. Semioculto entre la densa vegetación se adivina otro complejo de ruinas, Concha Marca.
Descendemos de las ruinas, recogemos las mochilas e iniciando una suave bajada en la que el camino se encajona entre exuberante y tupida vegetación y nos dirigimos en busca de la comida. En un intento de representarlo gráficamente se puede decir que el paisaje es como si lo hubieran sacado de una película de aventuras de Indiana Jones. El campamento ocupa una explanada desde la que se puede ver el complejo arquitectónico que acabamos de visitar. Existen servicios higiénicos construidos en piedra para cubrir las necesidades de los excursionistas.
Al llegar a la carpa comedor nos aguarda una sorpresa. Los cocineros han preparado “chicha morada” que nos sirven tibia. Son las 11.30 y la comida ya está lista, tomamos asiento, y recibimos una nueva sorpresa. Hoy comeremos de buffet. De repente los porteadores inundan la mesa de humeantes y apetecibles platos: verduras al vapor, arroz, pasta, crema de zanahorias, patatas con salsa de queso…Acompañando las viandas una bebida caliente, similar a un zumo. Disfrutamos de la sobremesa al aire libre entusiasmados por las vistas y la nueva dimensión que ha tomado la excursión, atravesando la selva alta del Perú.
Son las 13.00 horas cuando la voz de Lino nos saca de nuestro ensimismamiento y retumba en nuestros oídos. “¡Nos vamos chicos! ¡Alistarse!”. Nos ha venido bien reposar la comida. No acabamos de abandonar la plataforma del campamento cuando el terreno se inclina hacia arriba y un duro repecho nos fatiga de forma súbita. Por suerte es corto. A partir de aquí una subida tendida, dejando los paredones de la montaña a nuestra derecha. Al lado contrario, en todo el campo de visión, montañas con una vegetación impenetrable que se elevan hacia las nubes. Algunos de sus picos quedan ocultos por ellas.
Esta parte del trekking es preciosa, inolvidable. Atravesamos un segundo túnel inca horadado en la piedra. Tenemos que apartarnos del camino en varias ocasiones para dejar el paso expedito a los porteadores. Ya han recogido los bártulos y se encaminan raudos hacia el campo base donde pernoctaremos este tercer día.
Un leve descenso permite recuperar fuelle y tomar oxígeno para alcanzar el tercer y último paso de la caminata. Es mucho más llevadero que los dos anteriores y no nos cuesta mucho esfuerzo alcanzarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario