lunes, 22 de febrero de 2010

CUZCO-VALLE SAGRADO-CUZCO - Parte II

Martes, 25/08/2009
-->
Cuando terminamos la visita Edwin nos pregunta si nos apetece conocer el proceso de elaboración de la textilería local. Seguramente lleve turistas al taller de artesanía con un acuerdo de cobrar comisión si se realizan ventas derivadas de la visita, pero a nosotros no nos importa Tenemos tiempo, la exhibición será para nuestro grupo en exclusiva. Aprovechamos la oportunidad. Nos sentamos en el pequeño patio de la casa taller y nos ofrecen un mate de cortesía. La explicación nos muestra la forma tradicional de hilar, teñir y tejer la lana, hasta obtener el producto final. Lo más sorprendente es el tema de la tinción. Con productos naturales empleados desde hace siglos logran colorear la materia prima. Introducen en agua hirviendo la lana natural y añaden sustancias diferentes en función de la coloración que quieran conseguir; amarillo (tierra arcillosa), verde (plantas), morado (maíz de ese color), rojo (cochinilla-un tipo de insecto-triturada)…
El proceso de tejido de bufandas, manteles y mantas es similar. Varía la complejidad del punto con el que se confecciona cada prenda, pero todo se realiza en un telar manual, que precisa de la habilidad y el buen hacer de las mujeres peruanas y sobre todo tiempo, mucho tiempo. Los patrones a seguir se hallan dibujados en las mentes de las tejedoras, en su imaginación y en la absorción de conocimientos a través del paso de generaciones enteras. Para elaborar un pequeño paño de sobremesa pueden ser necesarias 140 horas de trabajo.
Quedamos encantados con la explicación y compramos algunos productos, livianos, que no abulten mucho, ¡somos mochileros!. Los precios evidentemente son elevados, aquí no hay nada que haya sido vomitado por la cadena de producción de una fábrica, todo es artesanal.
De nuevo en la furgoneta aún seguimos haciendo comentarios de la textilería y el arte que supone elaborar telas de manera tradicional. Nos deleitamos durante el camino con el espectacular valle sagrado. La vegetación autóctona de la zona corresponde a monte bajo. Los únicos árboles que se vislumbran son eucaliptos, que fueron introducidos hace siglos y huelga decir que no son oriundos del lugar. Es una de las pocas especies que puede sobrevivir en las condiciones climáticas y altitud de este hábitat. En impredecible lo que se va a encontrar uno después de cada curva, de cada repecho; rincones y lugares a cual más bucólico y evocador. Hablamos con Edwin para ver si conoce algún sitio dónde sirvan “cuy” asado (conejillo de indias o cobaya). Queremos probarlo. Gestiona telefónicamente la reserva en un restaurante de Urubamba. Otro problema solucionado. Durante el trayecto hacemos alguna parada para observar con calma los nevados, eternos vigías de lo que sucede en el valle.
Inesperadamente Edwin abandona la carretera asfaltada y nos introducimos por una especie de camino rural o pista forestal. Dice que ahorraremos tiempo y que los paisajes son más puros. Nuestro próximo destino es Moray. Para llegar allí primero hemos de atravesar la aldea de Maras. Es igual que retrotraerse a un pueblo español anclado en los años de la postguerra. Calles sin asfaltar, ganado suelto y azuzado por los pastores pasando por las puertas de las casas, niños jugando al aire libre sin ninguna preocupación…
Los restos arqueológicos de Moray se encuentran ubicados a 7 kilómetros de Maras, a 38 km. al noroeste de Cuzco. La palabra Moray tuvo algo que ver con la cosecha de maíz que se llamaba “Aymoray”, o con el mes de mayo, que también se llama “Aymoray”, e igualmente con la papa deshidratada que es la “Moraya” o “Moray”. Al llegar a Moray nos detenemos en el puesto de control en el acceso, nos solicitan los boletos turísticos y los pican.
Situado a 3.500 metros de altitud, a primera vista pudiera parecer una especie de anfiteatro, conformado de varios andenes circulares. La disposición consiste en anillos concéntricos de andenería. Cada círculo comprende una terraza que se superpone a otra, formando círculos que van ampliándose. Se puede acceder de uno a otro escalando piedras salientes (“sarunas”), enclavadas en la pared. Bajar por ellas es todo un ejercicio de equilibrio y no es nada recomendable para aquellas personas que puedan padecer vértigos.
Para los estudiosos de este lugar, Moray era posiblemente un centro de investigación agrícola incaico donde se llevaron a cabo experimentos de cultivos a diferentes alturas. La disposición de sus andenes produce un gradiente de microclimas teniendo el centro de los andenes circulares concéntricos una temperatura más alta y reduciéndose gradualmente hacia el exterior a temperaturas más bajas, pudiendo de esta forma simular hasta 20 diferentes tipos de microclimas. Se cree que Moray pudo haber servido como modelo para el cálculo de la producción agrícola no solo del Valle del Urubamba sino también de diferentes partes del Tahuantinsuyo.
Algún estudioso sostiene haber descubierto piedras verticales en las terrazas, las mismas que marcarían los límites de las sombras del atardecer durante los equinoccios y solsticios. Se extrae como conclusión que cada terraza en Moray reproduce las condiciones climáticas de diferentes zonas ecológicas del imperio incaico. Debido a su posición abrigada, cada uno de estos andenes representa aproximadamente mil metros de altitud en condiciones normales de labranza. En su totalidad, el complejo contendría veinte o más zonas ecológicas a escala. El sitio de Moray pudo además servir a los oficiales incas para calcular la producción anual en diferentes partes del Tahuantinsuyo.
En algunas partes observamos cómo se están haciendo trabajos de restauración de la andenería existente. Bajar hasta el fondo no es problema si uno es habilidoso a la hora de descender por los salientes de piedra. El problema viene al subir, falta el resuello.
Llegamos arriba del todo extenuados en busca de algo de agua para hidratarnos. Edwin ha solucionado el problema de la junta de goma de una ventanilla de la furgoneta por la que entraba algo de polvo. Ahora un trapo obstruye el hueco entre junta y ventana. Solución transitoria y casera más que suficiente para salvar el percance.
Son las 10.00 cuando volvemos a la furgoneta para reemprender la marcha. A estas horas los días se vuelven templados y es agradable contemplar el campo. Deshacemos el camino recorrido y dejamos atrás Maras. La intención en coger una senda pedregosa que desciende por un abrupto cañón hasta las salineras. Al girar una curva de repente aparece ante nosotros un paisaje que no se parecía a nada de lo que habíamos visto hasta ahora. En el fondo del barranco una vasta extensión de color blanco reluce y refleja el sol concentrando nuestras miradas. Edwin detiene el transporte sobre un ensanchamiento del camino. Nos deleitamos con la visión de las salineras. La panorámica desde la parte alta del barranco proporciona un enfoque completo de la situación; al río natural proveniente de las montañas se le ha añadido este lugar artificial en busca de la explotación de sus aguas. El resultado, un escenario mágico y de recreación para el sentido de la vista.
Una vez recibido el primer impacto visual, volvemos a la furgoneta; con celeridad, ávidos por llegar abajo y acceder a tan peculiar entorno. La entrada a las salineras de Maras cuesta 5 S/. Dentro del lugar hay una especie de tienda y en su interior un artesano trabaja tallando bloques de sal, otorgándoles formas inverosímiles. Esculpe la sal con la ayuda de una simple lija. Compramos unas habas y unos plátanos fritos para picotear algo mientras realizamos la visita.
Las salineras están constituidas por unos 3.000 pequeños pozos con un área promedio de unos 5 m², construidos en un costado de la inclinación de la montaña Durante la época de sequía se llenan o "riegan" cada 3 días con agua salada que fluye de un manante natural ubicado en la parte superior de los pozos para que, al evaporarse el agua, la sal contenida en ésta se solidifique paulatinamente. Ese proceso se prolonga durante un mes hasta obtener un volumen considerable de sal sólida, de unos 10 cm. que posteriormente es golpeada y así granulada; la sal es después embolsada en costales plásticos y enviada a los mercados de la región; hoy esa sal está siendo yodada por lo que su consumo no es dañino. Estas salineras vienen a formar parte de una co-propiedad de 400 familias indígenas. Aunque el sistema fue creado hace muchísimos años, aún sigue siendo de perfecto uso.
El acceso al lugar permite al turista recorrer los canales y pozas que conforman el espectacular paisaje. Hay que prestar especial atención para no dar un paso en falso y acabar metido en una poza hasta las rodillas. Vemos algún nativo trabajando en el lugar, con los pies sumergidos en el agua salobre; un elemento abrasivo para uñas y piel que deteriora la salud de los operarios.
Abandonamos las increíbles salineras para poner rumbo a Ollantaytambo. La carretera atraviesa el pueblo de Urubamba (8.000 habitantes y 2.870 m.s.n.m), lugar de residencia de Edwin. La travesía está plagada de resaltos (llamados “rompemuelles” en Perú) para evitar altas velocidades de los vehículos al atravesar la población. En las puertas de muchas casas observamos un palo colocado verticalmente con un trapo rojo atado en su extremo superior y ondeando al aire. Edwin nos indica que es una señal para identificar los sitios donde se vende “chicha”. Se trata de una bebida ancestral que originalmente tuvo un uso ceremonial en las festividades de las antiguas culturas asentadas en el Perú. Se obtenía al masticar y escupir los granos de maíz de la mazorca recién cosechada en un recipiente de greda cocida; las encimas presentes en la saliva transformaban el almidón del maíz en azúcar que luego se fermentaba por acción de las bacterias. Una vez lleno el recipiente, éste se cerraba herméticamente y era puesto a reposar a la sombra por algunas semanas. Una vez fermentada la chicha se colaba y envasaba para su posterior consumo. El proceso de producción original aún se sigue practicando

No hay comentarios:

Publicar un comentario