lunes, 22 de febrero de 2010

IQUITOS-MUYUNA AMAZON LODGE (Día 1) - Parte II

Martes, 01/09/2009
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La primera comida del día consiste en fiambre, pan, mermelada, mantequilla, leche y café. Mientras comemos un escuálido gato merodea cerca de nuestra mesa a la espera de algunas sobras. Anoche pudimos comprobar como una gata y sus crías campaban a sus anchas por toda la planta baja del hotel. Alimentamos al felino con algunos trozos de comida.
Volvemos a organizar la mochila y dejamos en la “morcilla” aquello que no nos vaya a hacer falta. Mario nos advirtió para que lleváramos lo imprescindible pues en el bote de transporte al lodge no se dispone de espacio ilimitado para carga de equipajes. Cuando saldamos la deuda en el hotel, nos dirigimos al malecón para esperar que llegue la gente de la agencia a recogernos. Ya empieza a sentirse el calor. Ayer al llegar al aeropuerto de noche, simplemente sufrimos la humedad. Hoy, cuando el termómetro llegue a los 30 ºC vamos a pasarlo mal de verdad; son las características predominantes en el clima de esta zona muy próxima al ecuador (humedad, altas temperaturas y lluvias).
Puntuales llegan Mario y el conductor de la furgoneta, cargamos nuestros fardos en ella y en dos minutos estamos en las oficinas de la agencia “Muyuna Amazon Lodge” (Putumayo 163), justo enfrente del local dónde cenamos anoche. Pagamos el importe que nos resta por abonar, descontando la señal que dimos desde España. Las “morcillas” con las cosas que no llevaremos a la selva se quedarán en un depósito de la agencia. Mario nos comenta que es imprescindible que alquilemos unas botas de agua impermeables (llamadas “botas de jebe” aquí) para las caminatas por la selva. Justo en la segunda planta del edificio las alquilan, así que realizamos la gestión. El coste del alquiler de cada par de botas es de 25 S/. (5,95 €), precio que se paga por los 4 días. Nos reembolsarán la mitad (12,5 S/.) cuando las devolvamos al finalizar la excursión.

Disponemos de más de media hora libre hasta que nos trasladen el puerto, así que aprovechamos para recorrer el centro de la ciudad durante el día. En la plaza de Armas hacemos uso de un cajero para sacar algo de efectivo, ya empezamos a medir el dinero que llevamos encima porque habrá que gastarlo antes de salir del país. Observamos como incide la luz del día sobre la "Casa de Hierro" de Eiffel.

En el malecón podemos ver algunos edificios cuyas fachadas están finamente decoradas con azulejos. Son otra reminiscencia de la época dorada del caucho. Fueron importados desde Portugal para decorar las mansiones de los magnates que se lucraron con aquel negocio. Algunos edificios mantienen esta magnífica decoración perteneciendo los más significativos al gobierno peruano.

Muy próximo a la agencia un mercado de artesanía ofrece sus productos a los turistas. Se levanta sobre pilares de madera que ahora con el bajo nivel de las aguas se aprecian perfectamente. Curioseamos durante un rato. Son casi las 10.00 así que nos dirigimos a las oficinas de la agencia; el calor y la asfixiante humedad comienzan a causar estragos.
Con los bultos cargados sobre el techo de la furgoneta tomamos rumbo al puerto. Al llegar grupos de niños se abalanzan para que les dejemos portear nuestras mochilas hasta el barco, a cambio de una propina. Visto lo que se mueve en la zona, mejor las cargamos nosotros. El personal de la agencia sube los bultos al aerodeslizador y los ata al techo de la embarcación con unas simples cuerdas. El muelle es estrecho y apenas entran en él los barcos encajados. El estado de las aguas es deplorable, allá donde mires flotan restos de basura y recipientes vacios.

Llega el que será nuestro guía y se presenta; se llama Eduardo, un hombre delgado de mediana edad con la piel curtida por el sol. Aprovechan para cargar en el barco sacos de bollos de pan y también plátanos; formarán parte de nuestra dieta en el lodge. Abandonamos el muelle y la aeronave se adentra en aguas del puerto, hacia el interior del río, dónde se aprecian casas flotantes de madera sobre balsas del mismo material. En ellas viven familias a juzgar por la ropa que hay tendida en ellas y la actividad que se aprecia.

Navegamos entre estas casas para realizar alguna gestión por parte de la agencia, que nosotros desconocemos. La aeronave está dotada de 14-16 plazas, consistentes en butacones en el interior de una cabina para proteger a los pasajeros del abrasador sol ecuatorial. Cuando inicia la marcha el bramido del motor casi hace inaudible nuestras voces. Navegamos ría arriba por el Amazonas; una inmensidad de agua nos rodea. Su color es ocre a consecuencia del material del terreno que va lavando a su paso.

La aeronave se desliza muy deprisa. Después de 45 minutos hacemos una parada en un pequeño muelle de madera perteneciente a una población ribereña. Eduardo, nuestro guía, nos confiesa que se trata de su pueblo de residencia y nos enseña a su hija que juguetea despreocupada por la zona. Aquí parece que el tiempo transcurre más lento, no hay prisa para nada, así parece manifestarlo un anciano que pesca con un trozo de sedal sentado a la sombra del chamizo del improvisado muelle.

En este punto tenemos el primer contacto con los delfines del Amazonas. Podemos verlos emerger del agua a pocos metros de nuestra posición, con sus lomos jorobados de color gris. Volvemos a la lancha, todavía nos queda más de la mitad del camino por recorrer, una hora y cuarto para llegar a nuestro lodge. En un momento dado abandonamos el gran cauce fluvial amazónico y giramos a la izquierda para entrar en uno de sus afluentes, el Yanayacu (“aguas negras”). Su anchura es muy reducida y más aún en este período sin lluvias; en algunos tramos apenas hay sitio para que la aeronave pase sin encallar en el lecho de lodo.



Con sumo cuidado para evitar que el oleaje vuelque las frágiles embarcaciones de madera de los nativos, tenemos que reducir la marcha al encontrarnos con alguna de ellas. La vegetación en las orillas es frondosa, impenetrable y nos da unas primeras muestras de la variedad de aves que vamos a poder observar en los próximos días.

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