lunes, 22 de febrero de 2010

CUZCO - Parte VI

Miércoles, 26/08/2009
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Dirigimos nuestros pasos hacia la plaza de Armas; atravesando sus arquerías llevamos a la Avenida del Sol. Necesitamos efectivo para llevar al camino inca. El pago del trekking ha dejado nuestras reservas bajo mínimos. Estando en el BCP Cristina recibe un SMS de Alberto. Le esperaremos allí. Cristina e Isabel se meten en el locutorio para llamar a España, mientras Óscar y yo contemplamos el paso de la gente por la calle. Llega Alberto. Todos juntos, caminamos hacia el mercado central de abastos conocido como mercado central de San Pedro que se encuentra en una plaza cercana. Una iglesia, con el mismo nombre remata la plaza en el extremo contrario de la misma.
El mercado se aloja en el interior de un edificio que descansa sobre una estructura de altos pilares metálicos, los cuales sirven para dar amplitud a la nave. Una vez dentro lo primero que uno se le viene a la mente es el caos que aparentemente reina en el lugar. Más tarde se comprueba que el desorden no es tal; los puestos se agrupan por gremios, dependiendo del tipo de mercancía vendida se concentran en lugares concretos. Sólo los vendedores ambulantes se sitúan donde piensan o desean que tendrán mejor ventura con el negocio. En el mercado todo parece estar vivo; los colores son brillantes, llamativos. Las voces de las mujeres vendiendo “juguitos” (zumos de frutas naturales recién exprimidos) se oyen mucho rato después de haber abandonado la sección que ocupan. Los olores son intensos, delatores: se sabe lo que se vende en el pasillo por el que se pasa, aunque se cierren los ojos.
La fruta es fruta; despierta el hambre hasta en los saciados. Es nuestro caso, acabamos de desayunar pero Isabel compra aguacates en el puesto de una señora mientras su pequeña hija juguetea entre las cajas. Papayas, uvas, naranjas, piñas, maracuyás; todo en su punto, maduro, listo para ser devorado. Más allá los puestos de patatas con infinidad de variedades y el resto de hortalizas, dan lugar a un arco iris de productos dónde todo se almacena siguiendo un criterio de color.
Pasillos de venta de quesos; de vaca y de cabra. Grandes y pequeños. Duros y blandos. Frutos secos, colocados sobre infinitos mostradores, legumbres en sacos de arpillera. Decido comprar unas nueces de pecán, nos serán muy útiles al día siguiente cuando comencemos a gastar energía en el camino inca.
Más allá la zona de los panes, de todos los tamaños, de todos los colores, hechos de maíz, de trigo, de centeno… En el lateral opuesto, tiendas que venden ropa que cuelga a la altura de los ojos; “chullos”, “chompas”, pantalones, tejidos. Esquivamos lo que sale a nuestro paso con el miedo de chocar con el inesperado visitante del mercado que venga de frente y no se haya percatado de la presencia humana en sentido contrario. Y también se ofrecen al público toda clase de artefactos para la decoración; collares, pulseras, velas, canastos. Isabel y Cristina aprovechan para acabar con las existencias de una vendedora de collares; con cuentas negras y de otros colores y de todos los tamaños. Compran tal cantidad que la chica hasta me regala una pulsera a mí.
Sin duda, la sección que más nos impacta es la de las carnes. Vacas, cerdos, pollos y corderos muestran sus cavidades interiores sobre mostradores. Los animales, milimétricamente desmembrados diseminan sus partes a lo largo de todos los puestos de los pasillos. Formando montones perfectamente alineados todo tipo de productos de casquería se exhiben ante el público; la carne es tan fresca que se aprecia su olor perfectamente. Ejércitos de moscas revolotean sobre lo que consideran manjares. Un perro es hipnotizado por el vaivén del cuchillo del carnicero mientras trocea una pierna de cordero. No sabemos quién está más ensimismado, si el perro vigilando anhelante la carne o nosotros estupefactos ante la imagen de un perro dentro del mercado danzando entre la casquería.
Y dentro de esta mezcla de olores y colores teñidos de sangre una señora de uñas largas y sucias se posiciona en la cabecera de un pasillo; sentada en una banqueta baja, con sus propias manos despelleja ranas vivas y separa sus ancas amontonándolas en un barreño.
A pocos metros de la escena, en la zona central del mercado se extienden filas de mostradores de azulejos blancos y de bancos en los que grandes grupos de comensales en silencio engullen el menú del día. Grandes platos de caldo de gallina o de escabeche de verduras. Al lado contrario de los mostradores, hacinadas en un estrecho espacio, trabajan concentradas las cocineras. Las ollas humean vistosos vapores. Un cliente se acerca, pregunta, pide permiso, los que comen le hacen hueco en el banco y éste se sienta. Entonces la cocinera toma un plato hondo de la pila de la vajilla, mete un gran cucharón en la olla y sirve un caldo caliente que chorrea aroma a especias y pedazos de zanahorias, tomates, cebollas, y papas. Después el comensal elige de una cazuela qué trozo de gallina hervida quiere, y la cocinera, con la mano se lo dispensa sobre su plato de caldo.
Como teníamos previsto desperdigarnos durante nuestra visita al mercado, habíamos fijado una hora y lugar de encuentro; a las 12.15 en la puerta principal. Nos reunimos puntuales, mostramos conjuntamente las compras realizadas y, asombrados, comentamos las cosas que más llamativas nos han resultado del lugar. Queremos adquirir camisetas, para uso propio y como regalos de compromisos a familiares y amigos de España. De nuevo en la calle Triunfo deambulamos por varias tiendas que exhiben multitud de modelos de todos los colores. Resultan especialmente llamativas las de la marca “Cuy Arts” (http://www.cuy-arts.com). Se trata de camisetas desenfadadas e informales con personajes de ficción que resumen algunas de los encantos del país en tono de broma. Por buscar un símil son algo parecido a las camisetas de Kukuxumusu, siguen esa línea. Haciendo el pago de manera conjunta, regateamos un merecido descuento por volumen de compra realizado.

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