lunes, 22 de febrero de 2010

MUYUNA AMAZON LODGE (Día 3) - Parte II

Jueves, 03/09/2009
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El delfín rosado, también conocido como Delfín del Amazonas o "boto" es una de las cinco especies de delfines de agua dulce. Con tres metros de largo y 125 kg. de peso permanece activo las veinticuatro horas del día descansando por cortos períodos. Una particularidad esta de esta especie es la mayor movilidad de su cabeza respecto los otros delfines (no tienen las vértebra unidas) lo que les proporciona la flexibilidad necesaria para maniobrar entre los numerosos obstáculos de la selva inundada. El color rosado de su piel aparece sólo en los individuos adultos mientras que los jóvenes poseen el dorso gris negruzco y el vientre un poco más claro.
Aunque sus ojos son pequeños, pueden ver muy bien, excepto bajo de sus mejillas que se bombean y obstaculizan la visión hacia abajo, lo que es superado nadando al revés. Una leyenda local dice que a veces se convierte en hombre y sale del agua en busca de doncellas que desposar. La realidad es un tanto más cruda, en la actualidad está amenazado por la pesca excesiva de su alimento (peces de hasta 30 cm. y algunos camarones y cangrejos) la contaminación de los ríos y el intenso tráfico fluvial en las aguas donde habita. Pero afortunadamente ésta situación se está revirtiendo gracias a la activa intervención de las sociedades ecologistas dedicadas a su protección. Durante un rato perseguimos a los grupos de delfines. Son sociables y se dejan ver emergiendo del agua. Los más abundantes son de color grisáceo aunque en alguna ocasión (contada con los dedos de la mano) podemos avistar algún ejemplar rosado y por tanto de más edad.
Cuando estamos en medio del ancho Amazonas, Albino da la orden al chaval que pilota el bote para que detenga el motor. Ahora nos dejará un rato libre para disfrutar de un baño en las aguas amazónicas. Provistos con nuestro traje de baño nos vamos lanzando de cabeza y de uno en uno a las turbias aguas del río más caudaloso del mundo. La temperatura es ideal, más aún con el calor ambiental típico de este clima. Aparentemente no hay corriente, pero es sólo eso, una apariencia. Si uno se queda quieto en el agua acaba por alejarse lenta e irremediablemente del bote. Cojo uno de los salvavidas que obligatoriamente han de llevar las embarcaciones de turistas a bordo y me lo enfundo; con él floto sin esfuerzo y puedo retozar en el agua sin preocupación.


Después de un largo rato en remojo subimos a la embarcación, nos secamos y ponemos rumbo a la orilla contraria. Albino nos dice que vamos a visitar una fábrica de aguardiente de caña. El lugar, de no ser por el color verde que aquí cubre todo, se podría pensar que está sacado de una película del oeste. Puertas cubiertas de alambre de espino que rematan cercados de madera, establos con caballos y gallinas picoteando despreocupadas aquí y allá. Albino nos guía a través de las distintas zonas de la fábrica.
Se trata de una explotación artesanal y familiar. En el interior de un desvencijado chamizo una prensa está siendo arreglada por un par de chicos que apenas sobrepasan la veintena. A su alrededor decenas de barriles de plástico llenos de puré de caña de azúcar, obtenido de la trituración de la materia prima. Tiene un color verde sucio y una textura parecida a la del agua estancada. Nos dan a probarlo; el sabor es dulzón pero a temperatura ambiente no resulta muy agradable al paladar. Este puré se deja fermentar varios días para que los azúcares se conviertan en alcoholes.
De aquí pasamos a la parte inferior del chamizo, sorteando ardientes tuberías de fundición. Un horno alimentado por leña se encarga de elevar la temperatura del puré fermentado y acaba por destilar un chorro de líquido transparente a través de un caño. Aquí, el producto final es recogido. Un anciano, ajeno al paso del tiempo y al calor infernal del lugar, vigila el proceso mientras pierde la mirada en el horizonte. Nos ofrece un trago de aguardiente. No hay duda de que es fuerte, quema la garganta y ese quemazón se extiende hasta el esófago; los 55 grados de alcohol que nos dicen que contiene justifican el nombre del licor, aguardiente.

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