lunes, 22 de febrero de 2010

MUYUNA AMAZON LODGE (Día 3) - Parte I

Jueves, 03/09/2009
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En la jornada de hoy no hay que madrugar en exceso. El sueño ha sido reconfortante, hemos recargado las baterías y salvo algunos picotazos de mosquitos durante la noche estamos en perfecta disposición para continuar con la aventura.
A las 8 nos sirven el desayuno, mezcla de salado y dulce. Mientras lo degustamos Eduardo se acerca a nuestra mesa y nos comenta el plan para el día de hoy, pasaremos la jornada entera fuera del lodge. Nos cita a las 09.00 en el embarcadero. Con un sol que empieza a quemar, nos presentamos puntuales a la cita, justo a tiempo para contemplar como cargan víveres y útiles en la lancha.
En la embarcación junto a nosotros la inseparable familia peruana afincada en Toronto y los guías de los dos grupos, Eduardo y Albino. Navegamos afluente abajo. Eduardo saluda desde el bote a varios lugareños que se afanan en sus quehaceres diarios en la zona de la orilla. Evidentemente casi toda la gente se conoce aquí y se mantiene la filosofía de comunidad. Llegamos a la confluencia del Yanayacu con el Amazonas y giramos a la izquierda navegando aguas arriba, próximos a la orilla.
Desde el bote podemos ver el estado en que queda la vegetación de las riberas una vez que el agua ha descendido de nivel desde sus máximos. En esta época del año, en la zona del río en la que estamos el ancho del mismo es de unos 2-3 km, pudiendo llegar a doblar esta dimensión en período de lluvias.
En el centro de la masa de agua se divisan algunas islas que sólo afloran cuando el nivel del río es bajo, el resto del año quedan ocultas. Sorteando árboles arrancados o maderos que flotan la embarcación va avanzando hasta llegar a una pequeña comunidad llamada San Juan de Yanayacu. Se trata de apenas 10 casas que se intercalan en la orilla abarcando una longitud de la misma de aproximadamente un kilómetro.
Desembarcamos al borde de una fuerte pendiente de tierras de color ocre, que en época de lluvias debe estar sumergida bajo las aguas. Unos metros por encima se extiende la orilla del Amazonas y la selva virgen. Con sumo cuidado ascendemos la pendiente, en la que unos tablones nos sirven de guía y evitan que pisemos el resbaladizo lodazal.
Nos presentan a Cléber y a su familia, que nos acogerán durante la comida del día de hoy. En amigable charla Cléber nos explica que lleva viviendo en la comunidad varios años. El gobierno peruano concede a cada familia 100 metros de orilla amazónica para que se establezcan, construyan una casa y cultiven el terreno. El amable lugareño nos cuenta que vive aquí con su familia algunos meses del año, cuando es factible cosechar y principalmente cultiva maíz, choclo, palmera, plataneras, árbol del pan, arroz…También cría gallinas, extrañas gallinas; con el pescuezo pelado y un penacho de plumas largas en la cabeza. La casa es sencilla, construida en madera y levantada sobre pilares para alejarla del húmedo suelo. Cuenta con un porche con vistas al río donde Cléber se mece sobre una hamaca mientras sostiene a una de sus hijas en brazos y acaba de contarnos el día a día de su vida.
Le pedimos que nos muestre su huerto y le seguimos a la parte posterior de la casa dónde apreciamos la zona de cultivo que esforzadamente Cléber trabaja para poder subsistir. Recolecta una sandia, alargada, del tipo “paulina” según nos cuenta y que será nuestro postre en el día de hoy. Eduardo se quedará en la casa de Cléber preparando la comida mientras todos nosotros en compañía de Albino volvemos a la embarcación para volver a navegar por el río.
Nos alejamos de la orilla y buscamos aguas más profundas. Con el motor al ralentí y avanzando lentamente para minimizar el ruido, Albino se pone en pie sobre la proa de la barca y comienza a silbar. Al principio no hay resultados visibles pero al poco rato los primeros delfines emergen de las aguas mostrando sus grises lomos.

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