lunes, 22 de febrero de 2010

CAMINO INCA (Día 4 - 6 Km.)-MACHU PICCHU-AGUAS CALIENTES-CUZCO - Parte III

Domingo, 30/08/2009
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Pasadas las 12.00 Lino se despide de nosotros ante la puerta de acceso al Huayna Picchu. Antes nos entrega los billetes del tren de vuelta que nos llevará desde Aguas Calientes hasta Ollantaytambo. Tenemos tiempo libre hasta las 16.00, hora de partida de nuestro tren. Teníamos intención de subir a Huayna Picchu y acceder a la panorámica de la ciudadela desde ese punto, que se describe como espectacular. Pero estamos muertos. Habernos levantado a las 04.00 de la mañana y no tener comida en el estómago ha agotado nuestras fuerzas. El resto del grupo está igual; sólo un atrevido argentino se lanza, lo va a intentar.
 
  
Aprovechamos nuestro tiempo libre para recorrer la zona aún no visitada: cementerio, casas de los nobles, templo del cóndor y área industrial (los morteros).


 

Abandonamos la ciudadela por el control principal. Hacer uso de los baños aquí no es gratuito; nos cuesta un sol por persona (0,25 €). Sacamos los billetes del bus que nos llevará al pueblo de Aguas Calientes; este es el único concepto no incluido en el paquete excursional contratado con nuestra agencia, así que nos toca abonar; 21 S/. cada uno (5 €). Hay una taquilla donde se despachan los billetes, justo al lado el punto de partida de los buses.
Pasan con mucha frecuencia, apenas separados unos minutos, así que no esperamos mucho. Pedimos al conductor que abra el portaequipajes para cargar las mochilas. El recorrido es sinuoso. Va trazando curvas de herradura por la ladera de la montaña mientras desciende hacia el pueblo. Existe un camino por el que bajan mochileros, atajando el recorrido del bus. El trayecto apenas dura 20 minutos. Está claro que en comparación con los precios del transporte en Perú lo que cobran aquí es un robo. Pero como nos había confesado Lino “esto es Machu Picchu y todo cuesta 10 veces más”.
El autobús para a la entrada del pueblo, pero no nos conviene bajarnos aquí. Lo hacemos en el centro. Aguas Calientes es un pueblo que vive exclusivamente del turismo. Se asienta en un valle profundo a los pies de las ancestrales ruinas incas; está cercada por altos muros de piedra y bosques nubosos. Es un sitio que aglutina todas las vertientes naturales de agua que le rodean; si un día se diesen las circunstancias climatológicas precisas el pueblo podría quedar arrasado por los torrentes de las lluvias. Así lo atestiguan los enormes bolos de piedra que yacen en el cauce del río que atraviesa el pueblo paralelo a la calle principal, se pueden distinguir bien porque en esta época del año el lecho apenas lleva agua.

En el bus una señora nos ha hecho alguna indicación de sitios para comer. Atravesamos la vía férrea que cruza la calle principal y andamos por encima de un puente metálico que nos lleva a una zona de restaurantes elevada. Miramos los precios de dos de ellos y decidimos entrar en uno mientras el camarero de enfrente nos reclama para que comamos en su restaurante. Al final, no se porqué le hacemos caso. El menú cuesta 15 S/. (3,55 €) e incluye postre. Nos sentamos, con unas bonitas vistas del lecho del río casi seco y del puente metálico que lo cruza por encima. El local, vacío. Pedimos cinco Cusqueñas heladas para beber; podemos ver como el camarero sale corriendo por la puerta y a los dos minutos vuelve con las cervezas, habrá ido a comprarlas a algún supermercado cercano.
Estamos hambrientos así que devoramos los primeros y segundos platos; ensaladas, verduras y pollo. Tenemos que pedir que dejen de trabajar en unas obras que al parecer hacen en la planta inferior del local, el ruido es muy molesto. Así lo hacen. Llega el postre, anunciado en la carta como “sorpresa del chef”, son trozos de melocotón en almíbar. Cuando nos traen la cuenta nos quieren cobrar 105 S/. cuando según mis cálculos deberían ser 95 S/. El camarero me dice que la diferencia es por el servicio de cocina. No estamos dispuestos a pagar un servicio que no te anuncian en la carta y del que no nos han avisado. Es como si quisiera cobrarnos un extra porqué sí, por ser foráneos. Le dejo en la mesa los 95 S/. (22,60 €) por los cinco menús y las cinco cervezas y no pagamos ni uno más.
Tenemos tiempo libre hasta la salida del tren, buscamos un cyber y una cabina telefónica para poder llamar a España, aprovechando que la hora es adecuada. Compramos unas chocolatinas en una tienda local. Mientras hacemos el checking on line para los vuelos del día siguiente e imprimimos los billetes, Isabel y Cristina se toman un café en la plaza del pueblo, donde se concentran la iglesia, el edificio de la municipalidad (ayuntamiento) y una estatua de Pachacútec que recibe a los visitantes de la ciudad con los brazos abiertos.
Nos cobran 1 S/. (0,25 €) por cada hoja que imprimimos en el cyber, pero preferimos hacerlo así, no correremos riesgos de overbooking por esperar hasta el último momento. Terminamos y mientras esperamos a que nuestras compañeras acaben el café nos encontramos en la plaza con Liliana, una chica argentina que ha formado parte de nuestro grupo en el camino inca. Intercambiamos impresiones y nos explica que a ella le ha costado dos años de ahorro el poder hacer este viaje por Perú, con una duración de 15 días. Trabaja como contable en una empresa. Salen Isabel y Cristina de la cafetería. Una vez que nos hemos despedido de Liliana nos dirigimos a la estación de tren.
Atravesamos el puente metálico, punto de referencia en el centro del pueblo, y cruzando a través del mercado de artesanía seguimos las instrucciones de algunos comerciantes para llegar a la estación de ferrocarril. Nuestro tren tiene horario de salida a las 16.00. El precio de este trayecto también lo incluye la excursión contratada para hacer el camino inca. Surgen problemas. Algunos operarios parecen manipular la zona de la locomotora del tren. Preguntamos al revisor; “son cinco minutos señor”. Ya llevamos suficiente tiempo en este país como para saber que tardarán un buen rato en solucionar el percance; desenganchar la locomotora que se ha averiado y colocar una nueva, los cinco minutos serán largos.

 
 
Con media hora de retraso el convoy inicia su marcha. Pronto empezamos a notar picores en los brazos y unas pequeñas inflamaciones en forma de picotazos nos empiezan a aparecer a todos, sin remisión. Lo mismo le sucede a la pareja de españoles que nos acompañaban en el trekking. Al principio pensamos que tiene algo que ver con el tapizado de los asientos del tren. Pregunto al revisor si tienen chinches en el vagón, estúpida pregunta, cómo era de esperar me contesta que no.
Entre las hipótesis lanzadas para explicar los picores y erupciones y los paisajes del río vistos desde el tren hacemos que el trayecto transcurra rápido. Es bonito ver el río Urubamba con este enfoque desde el ferrocarril y presenciar la enormidad de algunos nevados que ahora emergen algo lejanos, pero que tuvimos inquietantemente cerca durante el camino inca. Al final concluimos que las picaduras han sido de mosquitos, que se han cebado con nosotros en Aguas Calientes, nos hemos relajado y no nos hemos protegido convenientemente con el repelente.

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