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Óscar, Alberto y yo nos alejamos de la plaza de Armas, con dirección al puerto. A medida que avanzamos vamos entrando en una zona más deprimida y seguramente nos da una imagen más real de lo que es la vida diaria en Puno. La zona comercial y turística queda atrás y aparece la suciedad y la cotidianidad de los habitantes de la ciudad. Diversos mercadillos callejeros con cualquier tipo de temática aparecen tras cada esquina; fruta, recambios de coches, reparaciones de bicicletas… En ningún momento nos invade la sensación de inseguridad, pero si es palpable que entramos en contacto con la gente del lugar. Cientos de microtiendas de ultramarinos, de bebidas, restaurantes caseros... Los mototaxis y bicitaxis ocupan las calles en ambos sentidos, niños que van al colegio, gente haciendo sus compras diarias. De esta manera nos vamos acercando al puerto, donde se abre todos los días el mercado de artesanía al aire libre (Cahuide esq. Deustua).
Paramos en una calle con puestos de venta de fruta, tipo mercadillo, compramos plátanos: 5 unidades por 1 S/. (0,25 €). Hacemos lo propio en una pastelería, en este caso adquirimos alfajores, a 0.50 céntimos de S/. cada uno (0,12 €). Lo que no somos capaces es de localizar bebidas frías. En la calle por la que transitamos hay gran cantidad de tiendas de bebidas, pero se asemejan más a almacenes, y no hay manera de encontrar un sitio que las venda refrigeradas. Llegamos al hotel sobre las 13.40 pm y comemos los plátanos y alfajores. Llegan Nacho, Isabel y Cristina. Han estado en el mercado de Bellavista (mercado de abastos tradicional de Puno) y se van a comer por el centro. Nos despedimos hasta la tarde. Mientras esperamos en el hotel reparamos en el patio interior de la planta baja que arroja luminosidad, gracias a vidrieras de colores, sobre los pasillos que lo rodean y que dan acceso a las habitaciones. En él se exhibe una colección de planchas antiguas, auténticas reliquias.
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