lunes, 22 de febrero de 2010

PUNO-SILLUSTANI - Parte I

Viernes, 21/08/2009
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Hoy no toca madrugar, no hay horarios que cumplir. Sin embargo la mañana nos depara alguna sorpresa. A las 8.00 am, entro en el baño con intención de darme una ducha; no hay agua caliente. En pijama me acerco a recepción; dicen que en 30 minutos lo solucionan. Coincidimos todos en el comedor para el desayuno, aún sin vestir y con la ropa de noche, a la espera de que se solvente lo del agua. Óscar comenta que él se levantó a las 07.15 am, y le dijeron que era cosa de 10 minutos. De esa guisa desayunamos, al menos la oferta culinaria es atractiva; zumo de naranja natural, panecillos, mermelada de bayas típicas de la zona (similares al maíz morado o a los arándanos), mantequilla, queso, jamón york, leche, bizcochos, chocolate, café e infusiones. Sin prisas, damos buena cuenta de todo. El encargado de recepción nos dice que debido al frío nocturno una tubería de agua se ha helado y ha hecho reventar la caldera. No estará arreglado hasta medio día. Conociendo la idiosincrasia de esta gente, nos conformamos con que lo reparen antes de la noche.
Poco después de las 09.00 am, estamos todos listos para salir a la calle y dar una vuelta por Puno. Dejamos la ropa en la recepción del hotel para que la lleven a la lavandería (nos dicen que el precio es de 7 S/. por kilo, al cambio 1,65 €, si buscas tú mismo la lavandería cuesta 4 S/. el kilo). Tenemos que acercarnos a la agencia de viajes para cerrar la contratación del tour de las islas del lago y comprar los billetes de bus. Empleados del hotel nos alertan para el uso de “bloqueador”. Es temprano, en la calle la temperatura es de 6-8 ºC, pero la altitud no perdona y el sol atraviesa la atmósfera con más facilidad lo que propicia que las radiaciones ultravioleta alcancen la superficie del terreno con fuerza. Y es cierto, lo comprobamos en la calle principal de Puno, que es peatonal, el brillo del sol es intenso, hasta incluso dificultar poder abrir los ojos con normalidad; las gafas de sol se hacen necesarias.
La agencia de viajes aún está cerrada. Así que hacemos tiempo. Isabel y Cristina se dedican a las compras, Nacho en el cyber por temas personales. En Puno todo se encuentra dentro de un radio que se puede cubrir fácilmente a pie. Óscar, Alberto y yo nos vamos a la plaza de Armas. Es grande y está presidida por la catedral a la que se llega mediante una escalinata, entramos y curioseamos en su interior. El interior es espartano, decepciona en contraposición de la esculpida fachada. Recorremos el resto de la plaza bajo la cegadora luminosidad del ambiente.
Sobre la colina que se eleva tras la catedral se divisa el mirador de Kuntur Wasi, con la figura de un cóndor coronando la ciudad. Para acceder al mirador hay una enorme escalera que enfila directamente el mirador desde la localidad, nos aconsejan subir en taxi. A pie puede resultar peligroso por los robos frecuentes de la zona (sobre todo a pequeños grupos de dos o tres turistas).
La plaza al completo (soportales, escalinatas, parque central) se encuentra tomada por señoras con la vestimenta típica, coloridas polleras superpuestas a la falda, bombín y en muchos casos una especie de manta anudada al cuello que emplean como mochila para portear el almuerzo (algunas dan buena cuenta de él a la vista de todo el mundo) y a sus propios vástagos. Se reúnen aquí los diez últimos días de cada mes para cobrar un subsidio del gobierno peruano.
Volvemos a la calle peatonal, corazón comercial y económico de Puno. Mucho movimiento en la zona; bancos, tiendas, agencias de viajes… Luis, ya ha abierto su local, le devolvemos los catálogos que nos había prestado y contratamos y pagamos las excursiones y los billetes de autobús. Oscar, Alberto y yo queremos ir a Sillustani, mientras el resto se queda de compras en Puno. La excursión cuesta 25 S/., una rápida negociación deja el precio en 20 S/. por cabeza (4,75 €). Incluye traslados desde el hotel y visita guiada al complejo funerario. Saldremos a las 14.00 y volveremos a las 17.30-18.00 de la tarde. Todos juntos retornamos a pasear por la plaza de Armas, y a descansar en la soleada escalinata de la fachada de la catedral. Comerciales insistentes nos asaltan para que visitemos los museos que promocionan. Accidentalmente nos separamos en dos grupos, pero cómo sabemos los planes de los demás, no le damos importancia.

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