lunes, 22 de febrero de 2010

PUNO-ISLA UROS-ISLA AMANTANI - Parte I

Sábado, 22/08/2009
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Me levanto temprano, a las 06.15 am porque no puedo dormir más. El agua caliente de la ducha me sabe a gloria. Cuando Isabel se despierta e intenta hacer lo propio el agua está tibia tirando a fría. El termo que han colocado tiene un límite y en hora punta su capacidad se agota rápidamente. Dejamos todo recogido en el interior de las “morcillas” y preparamos una mochila de mano para poder pasar la noche en Amantaní. El desayuno, tan abundante y rico como el día anterior, nos va a hacer falta. El día se presenta lleno de actividad frenética.
Cristina intenta hacer el pago del hotel con tarjeta de debito porque no tiene recarga esta modalidad de abono. Para poder hacerlo así hay que presentar los resguardos de los formularios de entrada al país y los pasaportes y hacer una fotocopia, y no todos tenemos la documentación a mano. La movilidad, puntual, nos espera fuera. Por deferencia al resto de turistas, decidimos pagar en efectivo y evitar líos porque los de la recepción del hotel no se muestran muy hábiles y diligentes. Dejamos el grueso de nuestro equipaje en las habitaciones. Los hoteles tienen obligación de custodiarlo mientras los turistas realizan excursiones de varios días por el lago.
La movilidad consiste en una furgoneta de 8-10 plazas. Paramos en un par de hoteles camino del puerto. No han debido calcular bien el número de turistas a recoger, porque faltan plazas o sobra gente, una de dos. Una turista europea (parecía alemana) ha olvidado unos medicamentos en el hotel, tiene que volver a por ellos. De esta forma ven una salida para solucionar el problema de aforo en la van, uno de los trabajadores de la agencia retorna con ella en taxi a recoger las medicinas y así el resto, cada uno sentado en su plaza, somos trasladados hasta el puerto.
Conocemos el sitio, el día anterior visitamos el mercado de artesanía y pasamos por allí. Una vez en el embarcadero, sentimos el frío y la humedad, aún es temprano y las temperaturas son bajas. Para acceder a nuestro barco tenemos que saltar por encima de varios, que atracados en fila se amontonan en el muelle. Todos tienen la misma fisionomía. Asientos en la cabina de la parte baja cubierta de la intemperie, un pequeño aseo en la parte trasera y una escalinata para poder acceder al techo de la cabina desde donde poder observar el impresionante paisaje durante el viaje.
Tomamos asiento y el guía que nos acompañará se presenta. Se llama Meneleo y nos anticipa de manera detallada todas y cada una de las actividades que realizaremos durante el viaje y por extensión en todo el fin de semana. El trayecto hasta la isla de los Uros, nuestra primera parada, será de unos 20-25 minutos.
En este primer tramo navegamos por la zona de la bahía de Puno, donde se puede apreciar flora y fauna típica del lago. Desembarcamos en una de estas islas.
Sentados sobre la superficie de una de ellas, formando un semicírculo, Meneleo nos cuenta la historia de la formación del lago, sus dimensiones, el origen de su nombre, sus habitantes…apoyándose para ello en un dibujo del Titicaca y en un barreño lleno de agua y peces sacados de sus aguas como el pejerrey, el Karachi y el mauri (los peces no alcanzan grandes tamaños en el lago). El origen del pueblo Uro es incierto, aunque según lo contado por Meneleo son descendientes de una de las civilizaciones más antiguas de Sudamérica, los Pukinas. Empezaron a vivir sobre islas flotantes en el lago en un intento de aislarse de los beligerantes pueblos collas e incas. Tienen lengua propia aunque en la actualidad casi todos hablan aymara.
Las islas de los Uros son únicas en el mundo y su particularidad estriba en que son estructuras flotantes hechas con totora La totora es una planta acuática (parecida a los juncos) que constituye la base fundamental de la vida de los habitantes de estas islas. Ayudados por materiales originales y a modo de maqueta, un nativo ayuda a representar gráficamente la explicación de Meneleo que narra proceso de realización de las islas. Son construidas sobre bloques de raíces de totora, que al entrar en descomposición producen gases, quedando éstos atrapados en la maraña de raíces colaborando a la flotación. Por encima de estos bloques de raíces, colocan sucesivas camadas de totora seca, sobre la cual construyen sus habitaciones con el mismo material. Las islas flotantes así construidas son ancladas al fondo, por medio de palos que atraviesan el piso de la isla y están clavados en el fondo. Las capas de totora son repuestas, siempre desde arriba, a medida que las de abajo se pudren. De esta forma siempre se mantiene la superficie mullida.
Y lo más sorprendente, la totora también se come. Nos ofrecen y degustamos la parte central de los tallos, de color blanco y sabor anodino. Tiene gran contenido en yodo, muy bueno para los problemas de tiroides.
Acabada la explicación tenemos tiempo libre para visitar el interior de las casas. Nacho, Cristina e Isabel se visten con las ropas típicas de los Uros y después compramos algún souvenir típico de las islas (casi todos giran alrededor de la omnipresente totora: barcas, telas pintadas a mano…).
Abordamos una enorme barcaza típica de los Uros, también fabricada con totora. Meneleo nos explica que la balsa logra mantenerse a flote gracias a miles de botellas de plástico, que no se aprecian a simple vista, y que conforman parte de la base o casco de la embarcación. Un grupo de nativos nos despide desde la orilla con una canción en lengua aymara a medida que la barca se aleja.

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